viernes, 28 de septiembre de 2012

El espantapájaros


En un lejano pueblo, vivía un labrador muy avaro. Era tanta su avaricia que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía furioso y pasaba los día vigilando para que nadie tocara su huerto.
Un día tuvo una idea:

- Ya sé, construiré un espantapájaros, de este modo alejaré a los animales de mi huerto.

Cogió tres cañas y con ellas hizo los brazos y las piernas, luego con paja dio forma al cuerpo, una sandía le sirvió de cabeza, dos granos de maíz de ojos, por nariz puso una zanahoria y la boca fue una hilera de granos de trigo.
Una vez que el espantapájaros estuvo terminado, le colocó unas ropas rotas y feas y de un golpe seco lo hincó en la tierra. Pero se percató de que le faltaba un corazón y cogió el mejor fruto del peral, lo colocó entre la paja y se fue a su casa.

Allí quedó el espantapájaros moviéndose al ritmo del viento. Más tarde un gorrión voló despacio sobre el huerto buscando donde poder encontrar trigo. El espantapájaros al verle, quiso ahuyentarle dando gritos, pero el pájaro dijo:
- Déjame coger trigo para mis hijos.
- No puedo -contestó el espantapájaros.
Tanto le dolía ver al pobre gorrión, pidiendo comida, que por fin le dijo:
- Puedes coger mis dientes, que son granos de trigo.
El gorrión los cogió y de alegría besó su frente de sandía. El espantapájaros quedó sin boca, pero muy satisfecho.
Una mañana un conejo entró en el huerto. El espantapájaros lo vio y quiso asustarle, pero el conejo le miró y le dijo:

- Tengo hambre. Quiero una zanahoria.
Tanto le dolía el espantapájaros ver un conejo hambriento que le ofreció su nariz de zanahoria.
Una vez el conejo se hubo marchado, quiso cantar de alegría; pero no tenía boca, ni nariz para oler el perfume de las flores del campo. Sin embargo, estaba contento.
Un día apareció un gallo cantando junto a él.
- Voy a decir a mi mujer, la gallina, que no ponga más huevos para el dueño de esta huerta; es un avaro que casi no nos da comida -dijo el gallo.

- Esto no está bien; yo te daré comida, pero tú no digas nada a tu mujer. Coge mis ojos que son granos de maíz.
- Bien -contesto el gallo. Y se fue agradecido.

Poco más tarde oyó que alguien le decía:

- Espantapájaros, el labrador me ha echado de su casa y tengo frío, ¿Puedes ayudarme?
- ¿Quién eres? -Preguntó el espantapájaros que no podía verle, pues ya no tenía ojos.
- Soy un vagabundo.
- Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
- ¡Oh, gracias, espantapájaros!
Más tarde notó que alguien lloraba junto a él.  Era un niño que buscaba comida para su madre y el dueño de la huerta no quiso darle.
- ¡Pobre! -dijo el espantapájaros-. Te doy mi cabeza que es una hermosa sandía...

Cuando el labrador fue al huerto y vio al espantapájaros en aquel estado, se enfadó mucho y le prendió fuego. Sus amigos, al ver cómo ardía, se acercaron y amenazaron al labrador, pero en aquel momento cayó al suelo algo que pertenecía a aquél monigote: su corazón de pera. Entonces el hombre riéndose, se lo comió diciendo:
 - ¿Decís que todo os lo ha dado? Pues esto me lo como yo.
 Pero sólo al morderla notó un cambio en él y les dijo:
 - Desde ahora os acogeré siempre.
 Mientras, el espantapájaros se había convertido en cenizas y el humo llegaba hasta el sol transformándose en el más brillante de sus rayos.

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